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La homilìa: ¿de lo gris a nuevos colores?

La homilìa: ¿de lo gris a nuevos colores?

Nota de Reflexión y para el diálogo. 

 

Corría 2011 y en La Stampa (22/11) apareció una nota de Marco Tosatti sobre las homilías domincales que recordaba unas reflexiones que, poco antes, había pronunciado el Cardenal Ravasi sobre el mismo tema.

 

Decía el Cardenal, teólogo y biblista reconocido, a propósito de un encuentro vaticano sobre la comunicación, que hoy día la palabra sufre y lo hace en las homilías. Decía sobre ellas:

 

“los sermones son tan incoloros, insípidos, inodoros, que resultan irrelevantes”. Reflexiones grises, sin olor ni sabor... así describe Ravasi las homilías y agrega que ellas hoy día degradan la palabra y, tomando en cuenta la realidad del manejo del idioma que tienen las nuevas generaciones, hace ver que un buen inicio a la hora de mejorar las homilías sería optar por cuatro rutas esenciales. Ellos son las siguientes: “esencialidad, fuerza, narración, color”.

 

Cuatro aspectos que pueden ser pasados por alto o tomados como todo un programa-reto. Ir a lo esencial requiere estudio y formación permanente. Fuerza implica convicción y vida interior. Narración implica habilidad para saber andar bien los caminos de la hermenéutica y, por último, color, implica relevancia, hablar de lo que la gente vive y sufre, saber encarnarse y un largo etcétera.

 

Ravasi está claro de un hecho: no todo el mundo sirve para todo. Sin embargo, dice que no se perdería nada, todo lo contrario, si se recurriera a un poco más de formación, aprender algo de pedagogía y no obviar los recursos técnicos que hoy existen para mejorar y pulir el discurso, sea él cual sea.

 

Será esa la vía para que el contenido y la forma de las homilías pasa de ser una palabra que aburre, adormece, agrade u ofende, y pasa a ser una “palabra sana, auténtica, que deja marca”.

 

Tosatti, al final de su nota, incluso va más allá. Cierra su escrito con una carta ficticia para el Papa -en broma y en serio- que, incluso, puede ser que haya leído, aunque me parece que tocó responderle no a Bendicto XVI sino a Francisco en Evangelii Gaudium.

 

En su carta nuestro periodista de marras sugiere: primero, una mora de homilías por un año y sustituirlas por un rato de silencio para los fieles. Segundo, que los sacerdotes aprendan el oficio de un periodista cuando logra plasmar en cincuenta líneas lo esencial de lo que debe comunicar y finalmente, que se haga obligatorio que la homilía no pase de los cinco minutos. Recuerdo aquella consabida frase: "en los primeros cinco minutos habla Dios, en los otros cinco habla el hombre, en los restantes más de cinco minutos habla el diablo".

 

  • Siguiendo con Ravasi.

 

 

En 2012, el responsable vaticano en el tema de la cultura, volvió sobre el tema de las homilías en una entrevista a ACIPrensa.

 

Aunque hacía ver que cada quien tiene capacidades diversas a la hora de comunicar, sí indicaba que los 10 minutos son ideales. Y desde esa idea partir.

 

Llamativas y con lenguaje tranquilo, dirá Ravasi. En este sentido ofrece dos tips que pueden resultar harto útiles.

 

Lo llamativo sería lo contrario a lo aburrido. Y el anuncio de la Buena Nueva puede ser cualquier cosa menos eso.

 

Se trata de hacer ver lo propio de una Palabra de vida que tiene mucho qué decir al ser humano de hoy. Un ser humano que, atrapado en donde está, esto es, su sociedad, el mundo del consumo, la estructura descartante y desgastante del entorno y del presente sistema, vive agotado y sin más horizonte que el stress de cada día.

 

Pero además está el lenguaje. Ravasi usa la expresión “tranquilo”. Yo leo esa idea como una invitación a buscar formas de expresión nuevas, en la línea de aquella nueva evangelización de que habló Juan Pablo II en Haití en 1983. Pero, además, leo en esa expresión del prefecto para la cultura, su preocupación para que la Palabra de vida, sin perder su dinamismo interno transformante, sea siempre constructiva, proponga un ideal de vida más evangélico y nunca deje de edificar personas y sociedades más justas y humanas.

 

  • Y Francisco, ¿qué dice?

 

Ya sabemos lo que dice Francisco sobre la homilía en Evangelii Gaudium (EG). Del punto 145 en adelante, el Papa abunda en el tema. Formarse, interiorizar, hablar el lenguaje que la asamblea comprenda, mensajes positivos y otros aspectos son relevantes en estos puntos de la exhortación apostólica citada.

 

Pero deseo aquí fijarme, de manera peculiar, en febrero de 2018 en el marco de las catequesis del Papa sobre la liturgia de la misa.

 

El 7 de febrero de ese año se refirió Francisco a la proclamación del evangelio y cómo debe ser ese momento y, por supuesto, al tema de la homilía.

 

Recalcó ese día el Papa que los ministros que dirigen a los fieles la homilía deben hacerlo bien y como un servicio adecuado para que logren integrar en sus vidas lo que han oído al proclamarse el evangelio.

 

“Preparada y corta”, dijo. Y ello, al explicarlo, implica, entre otras cosas: no decir lo que al predicador se le ocurra, incluso yendo más allá o en contra del texto bíblico. Francisco es muy claro, aquí y en EG de lo inconveniente de ideologizar las homilías y menos usarlas en beneficio propio o para confundir a los fieles (cf. n.152) ; y, además, oración, estudio y nunca más de diez minutos (cf. n.156; Si 32,8).

 

 

 

Finalmente, queda la inquietud siguiente: si todo es tan claro, ¿por qué el pueblo de Dios sigue –seguimos- sufriendo homilías eternas, aburridas, redundantes y grises? Los ministros ordenados de hoy y del mañana tienen la palabra.

 

Y tienen, además, a mano todo cuanto puede serles útil para el giro que hoy debe darse en esta materia.

 

¿Formación? La hay. Años y años de formación capacitan en lo bíblico, teológico y lo pastoral para formular un mensaje breve y capaz de brillar de cara a las inquietudes de los fieles y con meridiana claridad para poder leer con habilidad los signos de los tiempos.

 

Por otra parte, la facilidad de estar hoy informado hace que se pueda poner el propio mensaje a la altura de los tiempos con sus luces y sombras, sin ingenuidades.

 

¿Pedagogía? El seminario y la formación permanente deben ayudar en esta línea. Una homilía de 40 minutos es claramente antipedagógica en estos tiempos y en otros. Es casi una crueldad que se debe evitar a toda costa. Y no sólo por el tiempo, también porque no solo puede resultar larga y aburrida una homilía así sino redundante e imprecisa.

 

¿Recursos? No solamente hay hoy medios de formación para aprender a comunicarse mejor (incluso virtuales y gratuitos), sino además realidades tecnológicas de gran utilidad si se saben usar correctamente y se descubre el modo adecuado de introducirlas en el contexto litúrgico sin agredir lo propio de la naturaleza de la celebración sagrada. La iglesia también está en medio de la sociedad de la información y el conocimiento y ello no es un dato baladí.

 

Por ahora, acabar con dos tips muy sencillos: un esquema a mano y bien preparado y, además y sobre todo, un reloj.

 

 

 

(Equipo de reflexión. Human Center. 2019).

 

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