El presbiterio... ¿qué es? ¿Sirve de algo?
Una reflexión.
JULIO ´19
El presbiterio es un aspecto siempre a considerar de la iglesia diocesana y A. Cattaneo en Scripta Theologica la llama “elemento” de esa iglesia (cf 23, 1991/1, p.309) y lo presenta como de importancia más que relevante en cuanto realidad que ha de ser cooperadora del ministerio episcopal.
A pesar de que hunde sus raíces en la misma experiencia de la iglesia antigua, la verdad es que se perdió de vista y R. Villar -en su amplia obra sobre la teología de la iglesia particular de 1989- lo mira como un redescubrimiento del Concilio Vaticano II.
El asunto hoy es tratar de captar qué es exactamente, cómo se le mira y, en la realidad, qué función o utilidad tiene o podría tener, sobre todo, con respecto a aquellos que lo forman.
- ¿Qué es?
Al ser ordenado, el presbítero pasa a ser parte del presbiterio en cuanto colegio. Así decía K.Rahner por 1964 cuando defendía que todo presbítero debería ser parte del presbiterio y no sólo los curiales como se estilaba por aquellos tiempos.
Años después leemos en R. Arnau y su tratado sobre el Orden, este párrafo: “el Concilio presenta el ministerio de los presbíteros a partir de la misión de Cristo, de ahí que reconozca su naturaleza cristológica y su finalidad eclesial, pues como verdaderos sacerdotes de Jesucristo están llamados para, en unión y dependencia eclesial del propio obispo, predicar el Evangelio, regir al pueblo de Dios y celebrar el culto sacramental” (p.165). Una misión y un lugar de servicio vicario, es lo que se desprende de este texto.
Y en ese servicio, como advierte Juan Pablo II en Pastores dabo vobis (PDV) n.1, tratan de vivir el mandato misionero y obsequiar al mundo la eucaristía. Más no solos, sino dando siempre pasos en clave de comunión. Tanto así que el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros (DVMP) llega a decir: “así «no se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es desde (el) multiforme y rico entramado de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»” (n.29).
Pues para que esto sea pleno y se dibuje mejor lo vinculante que resulta entre los presbiteros la recepción del mismo sacramento del Orden, resultaba necesaria una realidad más física y así el Concilio vio ideal, asumiendo una fuerte reflexión francesa sobre el tema, retomar y reimpulsar algo tan antiguo como desfigurado o abandonado como lo era el presbiterio y darle además una serie de sanas características que podían remediar en mucho algunas de las peculiares urgencias que, sobre todo, el clero diocesano vivía y vive.
En la revista Almogaren y sobre este punto, haciendo eco de la reflexión conciliar, Isidoro Sánchez del Seminario de Canarias, escribe: “la ordenación no consiste en la institución de una persona en algo que no era, en su elevación a una dignidad superior. Consiste en la incorporación a un presbiterio; es una gracia participada. El presbítero es, como dice Pedro de sí mismo (1Pe 5,1), un copresbítero. Pues no cabe que viva y realice su ministerio de manera individual, sino en permanente vinculación al obispo y a los otros presbíteros de esa Iglesia constituyendo con ellos un solo presbiterio. Ni el obispo ni los presbíteros pueden concebirse desligados de ese presbiterio” (19, (96), p.17)
- ¿Lugar de comunión?
Ya en la dinàmica post conciliar el citado DVMP, ubica su reflexión sobre el presbiterio en el apartado sobre comunión.
Una vez que indica las dimensiones trinitarias de esa comunión y sus consecuencias vitales y eclesiales para el presbítero y de hacer ver los lazos de afecto y confianza que deberían ligarle al obispo diocesano, pasa a referirse a esa “familia” que debe o debería ser el presbiterio al que queda referido en razón del Orden.
Vínculos de caridad apostólica, ministerio y fraternidad, dice el DVMP que son los que unen a los miembros que pertencen a ese colegio diocesano formado por presbíteros. Un colegio de naturaleza local pero con miembros que lo son de toda la iglesia pues ella es, en cuanto un todo y en cada diócesis, “familia de Dios” (n.34).
El vínculo de la incardinación (que implica una “ relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación en su solicitud eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios” n,35) resulta aspecto cohesionante en una realidad que debe implicar:
- lugar para superar límites y debilidades;
- ámbito de amistad, asistencia, compresión, corrección fraterna;
- lugar de afecto expresado en la misa crismal y el jueves santo;
- oportunidad para vivir la comprensión y el apoyo mutuo como ejercicio de la caridad pastoral para con los otros sacerdotes;
- superación de la soledad mediante experiencias de vida común;
-medio de cooperación mutua.
Juan Esquerda en una ponencia en Valencia en 2001, dijo esta frase: “El sacerdocio vivido en el presbiterio tiene las características de una "íntima fraternidad" exigida por el sacramento del Orden (LG 28). Es, pues, ´fraternidad sacramental´ (PO 8) que equivale también a signo eficaz de santificación y evangelización”.
En el 2017, Jorge Patrón W.,decía a un grupo de seminaristas en su etapa final de formación: “en el presbiterio estamos llamados a generar espacios de confianza, donde corresponsablemente nos hagamos cargo fraternalmente los unos de los otros”.
El panorama es interesante. Incluso podríamos decir que resulta sorprendente lo que se podria considerar la pontencialidad del presbiterio. Sin embargo y aunque la teoría es clara y la historia muestra raíces lejanas, la realidad del presbiterio parece no ser la experiencia -en la praxis- que los documentos y la teologìa describen y explican. Incluso, a veces, con unas reflexiones que aparecen en términos peculiarmente fuertes como ocurre en PDV n.74: " el presbiterio en su verdad plena es un misterium; es una realidad sobrenatural porque tiene su raíz en el sacramento del orden; es su fuente, su origen; es el «lugar» de su nacimiento y de su crecimiento".
- Dilemas.
Julio Ramos en su Teología pastoral plantea que, por la ordenaciòn, ser presbítero implica ser parte de un colegio (cf. p.185) Y es una realidad que implica consecuencias, incluso, ontológicas (cf. p.187).
Pero igualmente, el mismo Ramos hace ver que la reflexión teológica sobre el presbiterio aún es pobre. Le falta mucha ruta. Y agregaría, que en lo vivencial le falta casi arrancar en serio en todo sentido, esto es, desde la misma praxis cotidiana hasta los protocolos de acción en ciertos casos difìciles que hoy dia se manejan de la peor menera tanto desde la pastoral sacerdotal como desde las instancias que atienden situaciones graves de naturaleza psicológica, afectiva o jurídica.
Hoy dìa, tomando en cuenta las realidades presentes, los nuevos problemas y retos, la cultura que impera, resulta importante retomar y revitalizar esa realidad que aquí tratamos.
Hundiendo sus raíces en la historia, teniendo mejores y peores tiempos, el presbiterio puede resultar salvador para la vivencia diaria del ministerio del sacerdote diocesano. Un presbítero con una espiritualidad aún por configuarse, marcado por el activismo como una tentanción constante y levantado sobre bases tan endebles como la noción de caridad pastoral, la referencia a un colegio del que a menudo no se siente ni mínimamente referido, lo mismo que a un obispo que, la mas de las veces, no es màs que una figura de autoridad lejana e indiferente.
En un mundo como el presente, un presbiterio sano y robusto de propuestas, puede ofrecer un humus peculiar que facilite el crecimiento y la salud de la vida cotidiana del sacerdote que es parte de clero de una diócesis y que aspira a vivir una vida desde un carisma diferente al que viven las espritualidades específicas cuando, por la razón que sea, no siente afinidad por ninguna de ellas.
Hoy la soledad, la debilidad del propio carisma, la débil referencia a los demás sacerdotes y al obispo, aunado a una fuerte falta de reconocimiento a cuanto hace o produce, pueden resultar los ingredientes ideales para generar un caldo de cultivo perfecto para la búsqueda de sucedáneos o compensaciones que tiren por la borda hasta las màs nobles motivaciones de un sacerdote diocesano hoy día.
Por todo esto, resultaría interesante poder redescubrir y potenciar todo lo que un presbiterio robusto podria aportar al ministerio del ministro ordenado de hoy en el marco de una diócesis.
Primero, antes que todo, vender al clero de la diócesis de que se trate, la idea de que el deber ser teológico planteado al hablarse de presbiterio, solo y solo sí, podrá ser una realidad si la mentalidad se cambia. Esto es, pasar de competidores egoístas a cristianos más maduros y convencidos.
La crítica, la envidia, la deslealtad, los recelos, la indiferencia interesada, son elementos que carcomen toda realidad de convivencia humana y, con mayor razón, una realidad donde conviven personas que debería mostrar una madurez cristiana real y a toda prueba.
Por otra parte, sería estupendo que se dé la oportunidad a los sacerdotes de tener ante sí una propuesta de actividades significativas (formativas, recreativas, espirituales, festivas). Y con una participación libre y con la posiblidad de escoger grupos de convivencia con los que haya una mínima empatía (igualmente al tratarse de configurar los equipos de trabajo pastoral no siempre referidos a convivir en tristes y onerosas casas curales).
Además, podría resultar muy útil que la diócesis cuente con un lugar adecuado para el estudio, la convivencia, el descanso, el deporte o solo por el gusto de sólo estar con amigos dirigido a los sacerdotes. Un lugar que, sin llegar a resultar excesivo o burgués, pueda ser útil y buena excusa para estar reunidos en actividades muy diversas.
Igualmente, la pastoral sacerdotal ha de tener los medios para atender al que se aleja, al que sufre en silencio, al que se equivoca y se refugia en sí mismo, al que pasa momentos de calamidad de cualquier tipo, al que desea dar un giro a su vida, etc. Una atención que sea capaz de ir màs allà de lo puramente formal o disciplinar. Donde se haga evidente que ante todo está el aprecio y la comprensión fraterna.
Renglón aparte el tema del obispo. Lejano, autoritario, de miedo. Así se les ve con frecuencia por sus sacerdotes. ¿Cómo superar esto? No estoy claro de cómo. Pero sin un obispo cercano, fraterno, solidario, humano y. sobre todo, cristiano -que no es lo mismo que alcahuete- no se llegará muy largo en la configuración de un presbiterio nuevo y a la altura de los retos presentes a la vida sacerdotal.
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Retos claros. Y sin duda, quedan muchos sin anotar aquí pero sí indicados en la lista donde se describe más arriba el deber ser del presbiterio en los documentos anotados. Pero urgencias reales. Abordadas y tomadas en serio puede ser que ello le haga mucho bien a un numeroso colectivo de sacerdotes que, sin duda, lo agradecerá.
(Equipo de Reflexión CH, 2019)
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