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ARS: PARROQUIA VIRTUAL

Reflexión

Hoy... Domingo de Guzmán

Hoy... Domingo de Guzmán

Mi mejor tesoro eres Tú

Porque sé de quién me he fiado mi alma está tranquila,
vivo sin miedos ni preocupaciones y estoy sosegado y feliz.

Porque todo lo que me ocurre, me sucede contigo,
vivo contento y sin ansiedades, 
sabiendo que tengo la mejor compañía.

Porque la fe atraviesa montañas, 
sé que contigo, Señor, todo lo puedo. 
Tú me vuelves fuerte, atrevido, osado, capaz y creativo.

Porque me confortas,
me rescatas de los lamentos y quejas, 
me pones en contacto con mis recursos 
y me haces grande en mi debilidad.

Porque sin Ti nada puedo hacer, y me siento como un niño,
en brazos de su padre, seguro y confiado,
vivo bien, puedo todo y soy valioso.

Porque vivir contigo es la mejor lotería, 
y el que te encuentra tiene un tesoro, 
el vivir en seguridad, en fraternidad, 
en confianza y fortaleza.

Porque saber que tras la muerte eres tú quien me espera,
me hace encontrar sentido a todo
y vivir tranquilo el presente y el futuro.

Tú eres, Señor, mi mejor tesoro, lo grito a todos los vientos. 
Porque Tú eres mi pastor
y nada me puede faltar.

Mari Patxi Ayerra

Un día mas... saludos (#transfiguracion)

Un día mas... saludos (#transfiguracion)

La Transfiguración del Señor fue un acontecimiento que tuvo testigos como Pedro, Santiago y Juan: un acontecimiento localizable, que se sitúa en lo alto de una montaña, pero de carácter místico, como esas experiencias inefables que sólo pueden expresarse en un lenguaje figurado: su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

Pedro, uno de los testigos de aquel acontecimiento, nos habla de él como si se tratara de una teofanía, como de ese momento en que Jesús les mostró su grandeza o se puso de manifiesto la gloria de Dios, que se hacía presente en Cristo Jesús, aquel hombre a quien ellos tenían por maestro, profeta, enviado de Dios. Y con el resplandor de la gloria, la voz autorizada de lo Alto que le proclama el Hijo: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. Dios le señalaba ante los testigos escogidos como su Hijo amado, no sólo con la palabra, sino también con el resplandor de su gloria. Así lo entendió Pedro. Por eso puede hablar del poder de Jesús y anunciar su última venida, porque ha sido testigo ocular de su grandeza. No se apoya, pues, en fantasías o conjeturas, en ilusiones nacidas de su deseo de inmortalidad, sino en una experiencia ocular y auditiva, en algo que él vio y oyó estando con Jesús y otros dos compañeros en la montaña sagrada.

San Lucas se atreve a describir esta experiencia con palabras similares a las empleadas por algunos profetas del Antiguo Testamento en sus visiones. Habla de un cambio de figura o de aspecto en Jesús ante los ojos asombrados y temerosos de los discípulos que le acompañan; de la aparición de dos personajes, Moisés y Elías, que representan la Ley y la profecía y aglutinan la Antigua Alianza; se permite incluso aludir al gozo experimentado por los testigos del suceso, recordando la exclamación jubilosa de Pedro: Maestro, ¡qué hermoso es estar aquí! Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Y finalmente, la voz: esa voz que sale de la nube (lugar de la presencia de Dios) como de una boca oculta y misteriosa y que delata al Transfigurado como su Hijo predilecto que, por lo mismo, debe ser escuchado. Para Pedro, aquella voz (y visión) significó la confirmación de la palabra de los profetas, esa palabra con la que él podía estar familiarizado. Jesús era realmente el enviado de Dios, más aún, su Hijo amado, su único Hijo. Por eso, debe ser escuchado, porque habla de parte del Padre. El imperativo de estar a su escucha brota de su condición de Hijo. ¿Qué otra persona puede merecer mayor atención que la venida de parte de Dios para comunicarnos su mensaje, su voluntad?

Cesada la visión, acabada la experiencia, bajaron de la montaña. Y Jesús les manda no contar a nadie lo que han visto y oído hasta que resucite de entre los muertos. Al parecer, aquellos testigos respetaron esta consigna; y sólo tras la resurrección de Jesús dieron a conocer al mundo su experiencia. Ya no había motivos para mantenerla oculta. Aquello había sido un anticipo de la misma resurrección: como en la Transfiguración también aquí se había producido la transformación de un cuerpo terreno y mortal en cuerpo glorioso, pero a diferencia de aquel cambio momentáneo de figura, aquí se había dado una transformación permanente y definitiva.

Pero no debemos alterar el orden de las cosas. La transfiguración es el marco en el que acontece la voz imperiosa salida del cielo: escuchadlo. En él hemos de fijar nuestra mirada, ante todo para escucharlo. Esto es lo que realmente importa. Sólo prestándole atención como a lámpara que brilla en lugar oscuro podremos dejarnos transformar (=transfigurar), empezando por la mente, capaz de captar el significado de las palabras, pasando por los sentimientos, que tanto contribuyen a modelar la personalidad de una persona, y acabando por el cuerpo que la muerte reduce a materia en descomposición, pero la resurrección transforma en soma glorioso.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID

Ignacio de Loyola

Hoy celebra la Iglesia la fiesta del hombre más grande de los vascos. Comenzó hablando con los hombres y con Dios en euskera y heredó de su pueblo la lealtad, el sentido del honor, la parquedad en las palabras, el realismo, el esfuerzo perseverante y la fe cristiana. En su  grandeza personal y en la fe cristiana aprendió a ser hombre universal, libre de mezquindades y pasiones. Me refiero a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús.

En la corte conoció el mundo, por cuyas grandezas suspiraba, en Pamplona aprendió a servir a mejor Señor, en la cueva de Manresa habló con Dios y encontró el rumbo definitivo de su vida. Ardiendo en amor a Dios y a la Iglesia quiso peregrinar a Jerusalén, reclutó sus primeros compañeros en la Sorbona de París y fundó en Roma la Compañía de Jesús para mejor servir a la Iglesia. Su lema fue «en todo amar y servir», amar a todos y servir al rey eterno y a su Iglesia. Sus seguidores, comúnmente llamaos por el pueblo cristiano jesuitas, llevan cuatro siglos «sintiendo con la Iglesia«, como quería San Ignacio. Que desde el cielo les dispense generosa protección.

Pidamos hoy a Dios por intercesión de San Ignacio, por este vasco universal, que conceda a su tierra vascongada la visión que él tuvo del mundo.

31 julio

31 julio

Comentario al evangelio – 31 de julio

No, el reino de Dios, las cosas de Dios, no son cantidades despreciables. Ni son como materia desdeñable, bisutería, baratijas. Son lo más valioso. Ningún precio es demasiado alto para obtenerlas, hay que venderlo todo. Recordamos el proverbio: «Quien quiere comprar a Dios y se guarda el último céntimo, es un tonto, porque a Dios solo se le compra con el último céntimo».

A esto se lo llama “el principio del todo” (G. Lohfink) o la norma de la totalidad. Los santos lo han vivido. Basta espigar unos pocos ejemplos: «mi Dios y mi todo» (San Francisco de Asís, y lema de los franciscanos); «ámalo totalmente» (Clara de Asís); «tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta» (Ignacio de Loyola, cuya memoria celebrábamos ayer); «Ya toda me entregué y di / y de tal suerte he trocado / que mi Amado es para mí / y yo soy para mi amado» (Teresa de Ávila); «A Dios toda la gloria, al prójimo toda la alegría, a mí todos los sacrificios» (María Bertila Boscardin).

¿Estamos dispuestos a vivir la economía del todo? ¿Nos asusta ese principio?

Un día màs... (Alforjas de Pastoral)

Un día màs... (Alforjas de Pastoral)

 

Comentario al evangelio – 29 de julio

Santa Marta se ha convertido en una santa todavía más popular de lo que ya era, gracias a la residencia abierta en tiempos de san Juan Pablo II en el territorio vaticano, y en la que, además, el Papa Francisco, renunciando a sus apartamentos en el Palacio vaticano, se estableció llí para vivir menos aislado, más en comunidad. Santa Marta, que representa en los Evangelios la acogida amistosa de Cristo, quiere simbolizar hoy en día una renovación de la Iglesia, en la línea de una vida más simple y austera.

Todos conocemos la suave reconvención que Cristo dirigió a Marta cuando ésta exigía que su hermana María, embelesada por la Palabra del Maestro, le ayudara en sus tareas cotidianas. Y es que se puede acoger a Cristo materialmente (declarándose cristiano, frecuentando la Iglesia y trabajando con diligencia en ella), pero sin que eso suponga una actitud de verdadera escucha y acogida de su palabra, que significa acogerle con el corazón. Todos comprendemos que si alguien nos invita a su casa, y se pasa el tiempo haciendo cosas para que estemos a gusto, pero no nos dedica ni un minuto de tiempo, ni se sienta a conversar con nosotros, todas las otras ocupaciones resultan inútiles, incluso molestas. Acoger materialmente (declararse cristiano, frecuentar la Iglesia y trabajar en ella) es importante, pero para que todo eso dé frutos de verdadera vida cristiana es preciso saber pararse, perder el tiempo, orar, contemplar y escuchar la Palabra del que ha venido a nuestra casa a estar con nosotros.

Marta es hermana de María: la acción y la contemplación no son enemigas, sino hermanas de una misma familia, la que está basada en el amor de Dios, del que nos habla Juan en la primera lectura. Y aunque en ocasiones salten chispas entre ellas, Jesús nos enseña que hay que aprender a armonizarlas y establecer prioridades. Marta aprendió bien la lección. En el Evangelio de hoy es ella la que le dirige un suave reproche a Jesús. Es el que todos le hacemos a Dios cuando perdemos a un ser querido, sobre todo si creemos que todavía no había llegado su hora. El reproche de Marta está, sin embargo, impregnado de confianza. Y es en el precioso diálogo con Jesús donde comprendemos hasta qué punto Marta, sin dejar su talante activo (es ella la que se adelanta a acercarse a Jesús), ha aprendido la lección de la acogida con el corazón, que no es una acogida meramente sentimental, sino en fe. Marta confiesa que el amigo que les ama y al que aman es además el Mesías, que no sólo retrasa la muerte inevitable unos cuantos años, sino que la ha vencido definitivamente, porque Él mismo ha entregado su vida por amor para librarnos definitivamente del pecado y de la muerte.

Domingo XVIITO

Domingo XVIITO

XVII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Misa del Domingo (verde)

 

Hoy es 28 de julio, Domingo XVII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 11, 1-13):

Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos». Les dijo: «Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación’».

 

También les dijo Jesús: «Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle’. Sin duda, aquel le contestará desde dentro: ‘¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada’. Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!».

Hoy, Jesús en oración nos enseña a orar. Fijémonos bien en lo que su actitud nos enseña. Jesucristo experimenta en muchas ocasiones la necesidad de encontrarse cara a cara con su Padre. Lucas, en su Evangelio, insiste sobre este punto.

¿De qué hablaban aquel día? No lo sabemos. En cambio, en otra ocasión, nos ha llegado un fragmento de la conversación entre su Padre y Él. En el momento en que fue bautizado en el Jordán, cuando estaba orando, «y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo; mi amado, en quien he puesto mi complacencia’» (Lc 3,22). Es el paréntesis de un diálogo tiernamente afectuoso.

Cuando, en el Evangelio de hoy, uno de los discípulos, al observar su recogimiento, le ruega que les enseñe a hablar con Dios, Jesús responde: «Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre…’» (Lc 11,2). La oración consiste en una conversación filial con ese Padre que nos ama con locura. ¿No definía Teresa de Ávila la oración como “una íntima relación de amistad”: «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama»?

Benedicto XVI encuentra «significativo que Lucas sitúe el Padrenuestro en el contexto de la oración personal del mismo Jesús. De esta forma, Él nos hace participar de su oración; nos conduce al interior del diálogo íntimo del amor trinitario; por decirlo así, levanta nuestras miserias humanas hasta el corazón de Dios».

Es significativo que, en el lenguaje corriente, la oración que Jesucristo nos ha enseñado se resuma en estas dos únicas palabras: «Padre Nuestro». La oración cristiana es eminentemente filial.

La liturgia católica pone esta oración en nuestros labios en el momento en que nos preparamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Las siete peticiones que comporta y el orden en el que están formuladas nos dan una idea de la conducta que hemos de mantener cuando recibamos la Comunión Eucarística.

Abbé Jean GOTTIGNY


Para pensar en sábado

Para pensar en sábado

¡A TIEMPO Y A DESTIEMPO!

Elevaré mis ojos hacia el cielo
buscando, lo que en la tierra, los sentidos
no me dejan ver o percibir con claridad:
tu presencia, Señor.
Levantaré mis manos hacia Ti
porque, si las utilizo sólo para el mundo
caeré en la simple actividad vacía de contenido
pero sin señales de eternidad.
Abriré mi corazón y, con él, mis entrañas
para que, en diálogo sincero contigo
me digas qué camino elegir
por dónde y cuándo avanzar
de que equivocaciones retornar
y en qué he de cimentar mi vivir.

¡A TIEMPO Y A DESTIEMPO!
Aunque, a primera vista no exista respuesta,
seguiré rezando y hablando contigo
Aunque, pasen los días, y las nubes sigan presentes
Aunque, discurran las noches, y las estrellas no brillen
Aunque, amanezca la aurora, y el rocío no me sorprenda
Aunque pida calma, y las tormentas, asolen mi alma

¡A TIEMPO Y A DESTIEMPO!
Confiaré en Ti, Señor, porque eres palabra que nunca falla
Eres tesoro y eres vida, eres ilusión y eres esperanza
Eres futuro y eres presente
Eres amigo que, en la oración, consuela, levanta
anima, recompone, fortalece y se entrega
Contigo, Señor, hasta la muerte
Contigo, Señor, a tiempo y destiempo
Amén

Buen dia... (de Alforjas de pastoral)

Buen dia... (de Alforjas de pastoral)

Comentario del 23 de julio

El pasaje evangélico de este día nos presenta una nueva alegoría, esta vez tomada del mundo vegetal, pero no menos significativa, para describir la relación de Cristo con nosotros: como la de los sarmientos con la vid. El contexto histórico-geográfico en que vive Jesús (una tierra de viñedos) le proporciona el símil: Yo soy la verdadera vid y vosotros los sarmientos. Sólo da fruto el sarmiento que permanece unido a la cepa. Esta unión, para que sea realmente fructífera, no puede ser una unión casual, esporádica o accidental; ha de ser una unión permanente y que permita la comunicación de la savia, que es el alimento y la vida del sarmiento. Sólo un sarmiento vivo –y la vida le llega al sarmiento por la unión con la cepa- puede fructificar, esto es, dar de sí aquello para lo que ha sido capacitado.

Un nuevo domingo

Un nuevo domingo

21 de julio

 

De la desconfianza a la hospitalidad

      Nuestra cultura es cada vez más desconfiada. Todo lo que sea extraño nos resulta una amenaza. En algunos barrios de las grandes ciudades se ven letreros en las casas donde se avisa de que se llamará a la policía si se ven extraños caminando por la calle. Nuestras casas son cada vez menos abiertas pero también lo son nuestros barrios y nuestras ciudades y nuestros países. La llegada de inmigrantes en busca de trabajo crea desconfianza e inseguridad entre los que ya viven en el país. En general, todo lo que sea extraño y que se salga de lo habitual nos hace sentirnos inseguros y amenazados. Por eso, y no por otra razón, es por lo que aumenta la violencia. A esa violencia se responde con más violencia –aunque en algún caso sea defensiva– y así va creciendo la espiral de la desconfianza, la violencia.

      La propuesta de las lecturas de hoy es otra bien distinta. En línea con el mensaje evangélico del Reino de Dios. Se nos habla de la hospitalidad. La primera lectura, del libro del Génesis, nos muestra a Abrahán, el patriarca, que no sólo acoge a los que le piden hospitalidad sino que suplica a aquellos tres hombres que se queden en su casa y que coman de su mesa. La hospitalidad para aquellos pueblos era un deber sagrado y al visitante se le debía todo el respeto del mundo. Era como si fuera el mismo Dios el que visitaba la casa. Al texto del Evangelio se le han dado muchas explicaciones, pero generalmente se nos ha olvidado la más sencilla: Marta y María acogieron al Señor en su casa. Ese es el punto de partida sin el que aquel pequeño rifi-rafe entre Marta y María nunca habría sucedido. 

      Hoy tendríamos que recuperar la virtud de la hospitalidad. Frente a los vecinos del piso o apartamento de enfrente. Pero también frente a los vecinos del sur que llaman a las puertas de nuestra nación pidiendo un trabajo que les asegure el pan y el futuro a ellos y a sus familias. También frente a los que no creen en nuestra misma religión y frente a los que no pertenecen a nuestra raza ni hablan nuestra lengua. Todos somos hermanos y hermanas. Todos pertenecemos a la familia de Dios. La encarnación de Jesús ha convertido a cada hombre y mujer en el mejor y más pleno sacramento de la presencia de Dios entre nosotros. Acogerlo, compartir con él o con ella lo que tenemos significa acoger al mismo Dios que nos viene a visitar, hacer realidad el Reino en nuestro mundo, dar cumplimiento a la voluntad de Dios que quiere que todos nos sentemos a la misma mesa para compartir la vida que él nos ha regalado. Sólo la hospitalidad, la acogida sincera y abierta, la mano tendida, logrará unir un mundo roto y dividido que parece que sólo es capaz de generar desconfianza y violencia.

 

Para la reflexión

      ¿Cómo miras y valoras a los que no pertenecen a tu familia, a tu nación, a tu raza? ¿Das por sentado que son peores que los tuyos? ¿Qué valores positivos encuentras en ellos? ¿Qué podrías hacer para establecer relación o amistad con algunos de ellos? ¿Crees que te ayudaría a romper la desconfianza y vencer los prejuicios?

Fernando Torres, cmf

El presbiterio... ¿qué es? ¿Sirve de algo?

El presbiterio... ¿qué es? ¿Sirve de algo?

Una reflexión.

 JULIO ´19

 

El presbiterio es un aspecto siempre a considerar de la iglesia diocesana y A. Cattaneo en Scripta Theologica la llama “elemento” de esa iglesia  (cf 23, 1991/1, p.309) y lo presenta como de importancia más que relevante en cuanto realidad que ha de ser cooperadora del ministerio episcopal.

 

A pesar de que hunde sus raíces en la misma experiencia de la iglesia antigua, la verdad es que se perdió de vista y R. Villar -en su amplia obra sobre la teología de la iglesia particular de 1989- lo mira como un redescubrimiento del Concilio Vaticano II.

 

El asunto hoy es tratar de captar qué es exactamente, cómo se le mira y, en la realidad, qué función o utilidad tiene o podría tener, sobre todo, con respecto a aquellos que lo forman.

 

- ¿Qué es?

 

Al ser ordenado, el presbítero pasa a ser parte del presbiterio en cuanto colegio. Así decía K.Rahner por 1964 cuando defendía que todo presbítero debería ser parte del presbiterio y no sólo los curiales como se estilaba por aquellos tiempos.

 

Años después leemos en R. Arnau y su tratado sobre el Orden, este párrafo: “el Concilio presenta el ministerio de los presbíteros a partir de la misión de Cristo, de ahí que reconozca su naturaleza cristológica y su finalidad eclesial, pues como verdaderos sacerdotes de Jesucristo están llamados para, en unión y dependencia eclesial del propio obispo, predicar el Evangelio, regir al pueblo de Dios y celebrar el culto sacramental” (p.165). Una misión y un lugar de servicio vicario, es lo que se desprende de este texto.

 

Y en ese servicio, como advierte Juan Pablo II en Pastores dabo vobis (PDV) n.1, tratan de vivir el mandato misionero y obsequiar al mundo la eucaristía. Más no solos, sino dando siempre pasos en clave de comunión. Tanto así que el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros (DVMP) llega a decir: “así «no se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es desde (el) multiforme y rico entramado de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»” (n.29).

 

Pues para que esto sea pleno y se dibuje mejor lo vinculante que resulta entre los presbiteros la recepción del mismo sacramento del Orden, resultaba necesaria una realidad más física y así el Concilio vio ideal, asumiendo una fuerte reflexión francesa sobre el tema, retomar y reimpulsar algo tan antiguo como desfigurado o abandonado como lo era el presbiterio y darle además una serie de sanas características que podían remediar en mucho algunas de las peculiares urgencias que, sobre todo, el clero diocesano vivía y vive.

 

En la revista Almogaren y sobre este punto, haciendo eco de la reflexión conciliar, Isidoro Sánchez del Seminario de Canarias, escribe: “la ordenación no consiste en la institución de una persona en algo que no era, en su elevación a una dignidad superior. Consiste en la incorporación a un presbiterio; es una gracia participada. El presbítero es, como dice Pedro de sí mismo (1Pe 5,1), un copresbítero. Pues no cabe que viva y realice su ministerio de manera individual, sino en permanente vinculación al obispo y a los otros presbíteros de esa Iglesia constituyendo con ellos un solo presbiterio. Ni el obispo ni los presbíteros pueden concebirse desligados de ese presbiterio” (19, (96), p.17)

 

- ¿Lugar de comunión?

 

Ya en la dinàmica post conciliar el citado DVMP, ubica su reflexión sobre el presbiterio en el apartado sobre comunión.

 

Una vez que indica las dimensiones trinitarias de esa comunión y sus consecuencias vitales y eclesiales para el presbítero y de hacer ver los lazos de afecto y confianza que deberían ligarle al obispo diocesano, pasa a referirse a esa “familia” que debe o debería ser el presbiterio al que queda referido en razón del Orden.

 

Vínculos de caridad apostólica, ministerio y fraternidad, dice el DVMP que son los que unen a los miembros que pertencen a ese colegio diocesano formado por presbíteros. Un colegio de naturaleza local pero con miembros que lo son de toda la iglesia pues ella es, en cuanto un todo y en cada diócesis, “familia de Dios” (n.34).

 

El vínculo de la incardinación (que implica una “ relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación en su solicitud eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios” n,35) resulta aspecto cohesionante en una realidad que debe implicar:

 

- lugar para superar límites y debilidades;

- ámbito de amistad, asistencia, compresión, corrección fraterna;

- lugar de afecto expresado en la misa crismal y el jueves santo;

- oportunidad para vivir la comprensión y el apoyo mutuo como ejercicio de la caridad pastoral para con los otros sacerdotes;

- superación de la soledad mediante experiencias de vida común;

-medio de cooperación mutua.

 

Juan Esquerda en una ponencia en Valencia en 2001, dijo esta frase: “El sacerdocio vivido en el presbiterio tiene las características de una "íntima fraternidad" exigida por el sacramento del Orden (LG 28). Es, pues, ´fraternidad sacramental´ (PO 8) que equivale también a signo eficaz de santificación y evangelización”.

 

En el 2017, Jorge Patrón W.,decía a un grupo de seminaristas en su etapa final de formación: “en el presbiterio estamos llamados a generar espacios de confianza, donde corresponsablemente nos hagamos cargo fraternalmente los unos de los otros”.

 

El panorama es interesante. Incluso podríamos decir que resulta sorprendente lo que se podria considerar la pontencialidad del presbiterio. Sin embargo y aunque la teoría es clara y la historia muestra raíces lejanas, la realidad del presbiterio parece no ser la experiencia -en la praxis- que los documentos y la teologìa describen y explican. Incluso, a veces, con unas reflexiones que aparecen en términos peculiarmente fuertes como ocurre en PDV n.74: " el presbiterio en su verdad plena es un misterium; es una realidad sobrenatural porque tiene su raíz en el sacramento del orden; es su fuente, su origen; es el «lugar» de su nacimiento y de su crecimiento".

 

- Dilemas.

 

Julio Ramos en su Teología pastoral plantea que, por la ordenaciòn, ser presbítero implica ser parte de un colegio (cf. p.185) Y es una realidad que implica consecuencias, incluso, ontológicas (cf. p.187).

 

Pero igualmente, el mismo Ramos hace ver que la reflexión teológica sobre el presbiterio aún es pobre. Le falta mucha ruta. Y agregaría, que en lo vivencial le falta casi arrancar en serio en todo sentido, esto es, desde la misma praxis cotidiana hasta los protocolos de acción en ciertos casos difìciles que hoy dia se manejan de la peor menera tanto desde la pastoral sacerdotal como desde las instancias que atienden situaciones graves de naturaleza psicológica, afectiva o jurídica.

 

Hoy dìa, tomando en cuenta las realidades presentes, los nuevos problemas y retos, la cultura que impera, resulta importante retomar y revitalizar esa realidad que aquí tratamos.

 

Hundiendo sus raíces en la historia, teniendo mejores y peores tiempos, el presbiterio puede resultar salvador para la vivencia diaria del ministerio del sacerdote diocesano. Un presbítero con una espiritualidad aún por configuarse, marcado por el activismo como una tentanción constante y levantado sobre bases tan endebles como la noción de caridad pastoral, la referencia a un colegio del que a menudo no se siente ni mínimamente referido, lo mismo que a un obispo que, la mas de las veces, no es màs que una figura de autoridad lejana e indiferente.

 

En un mundo como el presente, un presbiterio sano y robusto de propuestas,  puede ofrecer un humus peculiar que facilite el crecimiento y la salud de la vida cotidiana del sacerdote que es parte de clero de una diócesis y que aspira a vivir una vida desde un carisma diferente al que viven las espritualidades específicas cuando, por la razón que sea, no siente afinidad por ninguna de ellas.

 

Hoy la soledad, la debilidad del propio carisma, la débil referencia a los demás sacerdotes y al obispo, aunado a una fuerte falta de reconocimiento a cuanto hace o produce, pueden resultar los ingredientes ideales para generar un caldo de cultivo perfecto para la búsqueda de sucedáneos o compensaciones que tiren por la borda hasta las màs nobles motivaciones de un sacerdote diocesano hoy día.

 

Por todo esto, resultaría interesante poder redescubrir y potenciar todo lo que un presbiterio robusto podria aportar al ministerio del ministro ordenado de hoy en el marco de una diócesis.

 

Primero, antes que todo, vender al clero de la diócesis de que se trate, la idea de que el deber ser teológico planteado al hablarse de presbiterio, solo y solo sí, podrá ser una realidad si la mentalidad se cambia. Esto es, pasar de competidores egoístas a cristianos más maduros y convencidos.

 

La crítica, la envidia, la deslealtad, los recelos, la indiferencia interesada, son elementos que carcomen toda realidad de convivencia humana y, con mayor razón, una realidad donde conviven personas que debería mostrar una madurez cristiana real y a toda prueba.

 

Por otra parte, sería estupendo que se dé la oportunidad a los sacerdotes de tener ante sí una propuesta de actividades significativas (formativas, recreativas, espirituales, festivas). Y con una participación libre y con la posiblidad de escoger grupos de convivencia con los que haya una mínima empatía (igualmente al tratarse de configurar los equipos de trabajo pastoral no siempre referidos a convivir en tristes y onerosas casas curales).

 

Además, podría resultar muy útil que la diócesis cuente con un lugar adecuado para el estudio, la convivencia, el descanso, el deporte o solo por el gusto de sólo estar con amigos dirigido a los sacerdotes. Un lugar que, sin llegar a resultar excesivo o burgués, pueda ser útil y buena excusa para estar reunidos en actividades muy diversas.

 

Igualmente, la pastoral sacerdotal ha de tener los medios para atender al que se aleja, al que sufre en silencio, al que se equivoca y se refugia en sí mismo, al que pasa momentos de calamidad de cualquier tipo, al que desea dar un giro a su vida, etc. Una atención que sea capaz de ir màs allà de lo puramente formal o disciplinar. Donde se haga evidente que ante todo está el aprecio y la comprensión fraterna.

 

Renglón aparte el tema del obispo. Lejano, autoritario, de miedo. Así se les ve con frecuencia por sus sacerdotes. ¿Cómo superar esto? No estoy claro de cómo. Pero sin un obispo cercano, fraterno, solidario, humano y. sobre todo, cristiano -que no es lo mismo que alcahuete- no se llegará muy largo en la configuración de un presbiterio nuevo y a la altura de los retos presentes a la vida sacerdotal.

 

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Retos claros. Y sin duda, quedan muchos sin anotar aquí pero sí indicados en la lista donde se describe más arriba el deber ser del presbiterio en los documentos anotados. Pero urgencias reales. Abordadas y tomadas en serio puede ser que ello le haga mucho bien a un numeroso colectivo de sacerdotes que, sin duda, lo agradecerá.

 

 

(Equipo de Reflexión CH, 2019)