El pasaje evangélico de este día nos presenta una nueva alegoría, esta vez tomada del mundo vegetal, pero no menos significativa, para describir la relación de Cristo con nosotros: como la de los sarmientos con la vid. El contexto histórico-geográfico en que vive Jesús (una tierra de viñedos) le proporciona el símil: Yo soy la verdadera vid y vosotros los sarmientos. Sólo da fruto el sarmiento que permanece unido a la cepa. Esta unión, para que sea realmente fructífera, no puede ser una unión casual, esporádica o accidental; ha de ser una unión permanente y que permita la comunicación de la savia, que es el alimento y la vida del sarmiento. Sólo un sarmiento vivo –y la vida le llega al sarmiento por la unión con la cepa- puede fructificar, esto es, dar de sí aquello para lo que ha sido capacitado.
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